viernes, 26 de noviembre de 2010

Una tarde clara, airosa, me remontó a esas tardes huecas y llenas de sinsentidos con sentido.
Una noche fría, oscura, llevó mi espectro hasta la punta de la montaña en la que nadie escucha los gritos ensordecedores de mi garganta destrozada.
Lunas enteras que se pagan para no mostrarme más la luz, que dejaron en penun¡mbra a mi musa, aquélla que escapó hace no sñe qué tanto tiempo. La misma musa que me abandonó en medio de una botella de whiskey cuando quise hacer un compendio de lágrimas.
No quiero seguir si no sé a donde llevar mis pasos. No quiero hacer un alto en el camino, he perdido tanto tiempo.
No puedo lamentar cosa alguna que no sea las eternas horas frente a la nada.
El tiempo que pase sola, sin libros, sin fantasmas, sin tabaco, solo conmigo sin llegar a ningún lado.
La sangre torrente que mana de mis manos es la pureza del exterminio de mi alma.
Es la que me bebi sentada en el suelo de nigún lado, mientras dominaba parajes descabelladamente públicos sin que nadie me notara.
Es el residuo del espectro que soy porque soy todos, soy olvido, soy hambre y orgía.
Soy... esa, Jana Suro, la piedra de los sueños inmortales de la languidez humana.

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